domingo, 18 de mayo de 2025

Cuando el espacio sueña (#2)

 ¿Pueden los androides soñar con ovejas mecánicas?

Philip K. Dick (1968): "Era obvio que la empatía sólo se encontraba en la comunidad humana, en tanto que se podía hallar cierto grado de inteligencia en todas las especies, hasta en los arácnidos."

Esta frase me hizo pensar en el aula, en la enseñanza, en la forma en que nos comunicamos.

Hoy en día tenemos muchas herramientas que nos permiten hablar con personas sin compartir un idioma: usamos el inglés como lengua vehicular o nos apoyamos en aplicaciones capaces de traducir conversaciones en tiempo real. Eso nos lleva inevitablemente a hacernos preguntas: ¿llegará a desaparecer el aprendizaje de idiomas?, ¿podrá la tecnología acabar con esta forma de educación?


Película: Ready Player One.
Fuente: imagen extraída de Pinterest.

No parece algo inmediato. Aunque la inteligencia artificial esté en pleno auge, hay lugares a los que aún no puede llegary, sinceramente, quizá nunca debería hacerlo.

Porque aunque la IA pueda reproducir patrones de lenguaje, traducir con precisión o mantener una conversación funcional, aún no puede imitar lo verdaderamente humano: la empatía, la emoción, la capacidad de soñar. Puede saber lo que son, incluso cómo se expresan... pero no puede sentirlo.

En el aula, la presencia del profesor no se limita a transmitir información, como ya hemos hablado en las otras dos entradas anteriores. Y eso —el alma de la enseñanzano puede programarse.

La tecnología puede facilitarnos muchas tareas, pero hay otros espacios donde todavía no puede entrar del todo. La lengua no es solo un sistema de signos: es cuerpo, es ritmo, es emoción, es contexto. Un traductor automático puede traducir una frase, si, pero no puede captar la ironía, el doble sentido, ni los matices culturales que hacen que una palabra tenga peso o humor.

La IA puede decirnos cómo se pronuncia una palabra, pero no puede corregir la vergüenza del que habla por primera vez una lengua que no es la suya, ni puede acompañar con paciencia los titubeos o los errores que forman parte del aprendizaje. No puede reírse con nosotros cuando un malentendido provoca una escena graciosa, ni puede explicarnos por qué un mismo gesto puede ser cortés en un país y ofensivo en otro.

No puede detectar cuándo es mejor cambiar de tema, parar la clase y volver a empezar desde otro enfoque. No puede improvisar una broma para aliviar la tensión. No hay algoritmo que explique lo que pasa cuando unos estudiantes cantan una canción en la lengua que están aprendiendo y, por un momento, deja de estudiar para vivir el idioma.

Tampoco puede improvisar una actividad para despertar la atención de una clase que está distraída, ni adaptar su tono cuando nota que ha sido demasiado severa. Y, por supuesto, no puede crear vínculos reales, de esos que motivan a un alumno a seguir adelante solo porque alguien creyó en él.

Además, hay lugares físicos donde la tecnología tampoco llega:

* Escuelas rurales sin recursos.

* Aulas improvisadas en campos de refugiados.

* Clases de alfabetización donde lo primero que se enseña no es a encender un ordenador, sino a leer su propio nombre.

En todos estos espacios, la educación sigue siendo humana, manual, directa. Y aunque la tecnología puede apoyar o enriquecer, no puede sustituir la experiencia de estar ahí, presente, acompañando.

Porque la lengua es cultura. Es identidad. Es historia. Es amor. Y todo eso no es un cómputo de unos y ceros. Es algo que se vive. Que se siente. Que se huele. Que se aborrece.

Cuando empecé a estudiar polaco en la carrera, uno de mis profesores me preguntó: "¿Por qué estudias esto?, ¿tu pareja es polaca?, ¿tu familia viene de Polonia?". Y yo me quedé un momento en blanco. Mi respuesta era "no" a ambas. Simplemente quería aprender polaco porque... ¿Por qué?, en ese momento no supone responder.

Pero hace poco un amigo me dijo "alguien solo aprende por una de estas dos razones: por amor, o por odio", y ahí tuve mi respuesta: no estudié polaco por amor, lo hice por odio. Por desgaste. Por el cansancio de siempre estar con los mismos idiomas.

Y ahí lo entendí todo. Esas dos fuerzas las que comúnmente se dice que mueven el mundo son algo que nunca se podrá imitar.

A no ser que acabáramos viviendo en el futuro que expone Detroit: Become Human, donde los androides empiezan a generar emociones y, con ellas, un pensamiento propio y crítico, por muy elaborado que se vuelva internet, nunca podrá llegar a compararse con nosotros. Porque al final, la Inteligencia Artificial ha sido creado por personas, por inteligencia humana. Que sepan más que tu no quiere decir que sean mejores: simplemente no todos necesitamos el mismo tipo de conocimiento.

Porque, ¿qué pasaría el día que entremos a un aula y todo sea robótico?, ¿qué se perdería?. 

Justamente eso: lo único que hace que sigamos queriendo aprender.

Quizá los androides sí sueñen con ovejas eléctricas, pero nosotros seguimos soñando con personas. Y ese sueño el de seguir aprendiendo los unos de los otros sigue siendo lo más humano que tenemos.


P.D. Os dejo el link a un diálogo entre dos profesores sobre la IA: Teacher to Teacher: is AI reshaping education for the better?


Bibliografía:

Dick, P. K (1968, p.22). ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?. 

Dewaele, J. M (2010). Emotions in Multiple Languages. Palgrave Macmillan.

Unesco (2025). https://www.youtube.com/watch?v=EEbGYRW7feM&ab_channel=UNESCO 

Center for Humane Technology (2025). https://www.youtube.com/watch?v=YYtoxKoMW0o&ab_channel=CenterforHumaneTechnology

jueves, 15 de mayo de 2025

Cuando el espacio enseña (#1)

Esta entrada va a ser corta, solo una breve reflexión de lo que he estado pensando mientras hacía la actividad: rediseña tu aula.

Laura Owens (1970): "Siento que hay un espacio de libertad personal para mí donde ocurre mi creación artística. Cuando voy a ese espacio, estoy completamente en el mundo de las posibilidades".

Durante años pensé que enseñar era ocupar un lugar central. Que el profesor que se mueve más, que habla más, que llena el aula con sus ideas y recursos es el que más enseña. Pero, poco a poco, según fui creciendo, fui entendiendo que enseñar también es dar espacio. Dar espacio al otro. Espacio físico, si; pero también espacio simbólico. Espacio para hablar, para equivocarse, para probar, para ser.

Uno de los aspectos que menos se menciona en la enseñanza de lenguas es el uso del espacio. Un lugar donde cada elemento tiene, o debería tener, un propósito pedagógico.

Las paredes, por ejemplo, pueden ser aliadas del aprendizaje si se usan con intención: mostrar trabajos de los estudiantes, frases de ánimo, mapas o fotos del país... Pero esto no debería convertirse en una sobrecarga visual. Hay que diseñar con equilibrio, pensando tanto en lo estético como en lo funcional.

La luz, la ventilación, los colores y los olores también afectan la concentración. La disposición de las mesas, el uso de la tecnología (con sus planes B y C por si falla), e incluso la libertad de movimiento son aspectos que pueden marcar la diferencia entre una clase que simplemente ocurre y una clase que realmente invita a aprender.

La gestión del espacio no es solo logística: es también ideológica. Nos obliga a pensar qué tipo de aula queremos construir y qué tipo de relación queremos fomentar entre los estudiantes, con el conocimiento y con nosotros mismos como docentes.

Una de mis profesoras del colegio, la de 2º de primaria, cambiaba la disposición de las mesas cada mes: en U, en H, en una sola fila, en varias, mesas separadas... Todo dependía de cómo nos habíamos portado o los temas que fuéramos a ver en clase. Me acuerdo, sobre todo, de cómo ese cambio se hacía con nosotros: nos pedía ayuda, y entre todos decidíamos dónde iría colocada cada mesa., siempre nos pedía ayuda y entre todos decidíamos donde iba a ir colocada cada mesa. En una época, incluso, había tres filas separadas por un pasillo, y al fondo de la clase, en el centro, una única mesa: la del alumno que molestaba.

Su favorita era la U, y me acuerdo porque fue la primera vez que vi tal disposición de mesas, y porque éramos los únicos en el colegio que nos sentábamos así. De hecho, no volví a ver algo parecido hasta que entré en la academia. Y no me había dado cuenta del beneficio que conlleva.

En forma de U, los ojos se encuentran, las voces se reparten, y el espacio físico invita a que otros hablen. Y justamente para eso sirve: para respetar los turnos de palabra. Porque cuando puedes ver claramente la cara de tus compañeros, si alguno hace el amago de hablar, es más fácil saber cuándo esperar y ofrecerle el turno.




Bibliografía:

Bourdieu, P. (1997). Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Anagrama.

Fernández, D. & Co. (2011). Repensar el aula desde la creatividad. Una innovación dirigida por los usuarios


lunes, 12 de mayo de 2025

La más heroica de las virtudes

 La capacidad de mantener una buena actitud mientras se espera.


Giacomo Leopardi (1798-1837) dijo: "La paciencia es la más heroica de las virtudes, precisamente porque carece de toda apariencia de heroísmo".

A raíz de lo que hablábamos en la entrada anterior, sobre esas cualidades que hacen a un buen profesor, hay algo que aún no habíamos mencionado del todo pero que iba implícito en cada párrafo: la paciencia. Y es algo que hay que trabajar, no solo del profesor para con los alumnos, sino también entre ellos.

La Real Academia Española define la paciencia como "la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse" y "capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas". Comúnmente también se ha dicho que "la paciencia es la madre de todas las ciencias".

Incluso podríamos desmontarla etimológicamente: paciencia viene de patientia, -iae, que a su vez viene del griego πάθος (pathos) que significa "sufrimiento". El participio latino patiens (el que sufre) es el origen de paciente que también puede referirse, exactamente, a alguien que padece una enfermedad.

Y así es. Porque, dependiendo de qué tipo de profesor seas y a quién tengas delante, vas a sufrir. Pero sufrir no siempre tiene por qué ser malo.

Fuente: Pinterest.

Por ejemplo: yo. Yo he sido una alumna que ha hecho sufrir a sus profesores, tanto para bien como para mal. Durante toda mi vida estudiantil, específicamente en primaria y la ESO, fui una alumna de extremos: o lo daba todo en clase, o directamente ni aparecía. Y en esos últimos casos, no era necesariamente porque no me gustara la asignatura...

A veces simplemente no me gustaba el profesor.

Tuviera motivos para ello o no.

Aún me acuerdo cuando en 2º de ESO aparecí solo un par de veces en clase de Castellano. Irónico, ¿no?. Siempre me ha encantado la asignatura, pero ese año, por algún motivo, era un no rotundo. Hacía cualquier cosa por salir del aula sin que me contara como falta — y mi profesora estaba encantada en ayudar.

Cuando Remedios, la profesora —un saludo, esté dónde esté— me llamó para darme la nota, me dijo: "me molesta tanto tener que ponerte esta nota... porque no haces más que molestar".

Hay veces que recuerdo mis andanzas por el instituto y no puedo creer que esa persona y yo seamos la misma. No por haber sido irrespetuosa, sino por el coraje que tenía muchas veces. Rabia adolescente, supongo.

Con el paso de los años, esas ganas de rebelarme se han ido calmando. Cada vez que recuerdo ese momento, o tantos otros parecidos, me cuenta ponerme en mis propios zapatos. Aún sabiendo qué me motivaba, y que a veces tenía razones, me doy cuenta de que me fallaban las formas.

Y entonces pienso en mis profesores: en cómo debían enfrentarse a esas clases sin saber qué les esperaba. En la paciencia con la que volvían a entrar, día tras día.

Aunque me estoy retratando como la peor de las alumnas, tampoco era para tanto. Un par de contestaciones, alguna escapada al baño que duraba casi toda la hora...

Pero me paro a pensar: ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar?, ¿habría sabido mantener a raya a alguien como yo?, ¿habría tenido la paciencia necesaria?, ¿tendré la paciencia necesaria?

Porque, a día de hoy, ya me he enfrentado a situaciones con niños en las que he necesitado mantener la cabeza fría e intentar otras aproximaciones. Pero conforme sube la edad de los alumnos, siento que mi paciencia baja.

Y sin embargo, sé que ahí es donde más se pone a prueba.

Donde más necesario es respirar hondo. Donde más se nota quién enseña solo contenidos... y quién también enseña con presencia.


Bibliografía:

Leopardi, G. (s.f). Cita atribuida. Recuperado de https://www.frasesypensamientos.com.ar/autor/giacomo-leopardi.html

domingo, 4 de mayo de 2025

Trabajo para la eternidad

Enseñar a cómo pensar, no qué pensar.


Esta primera entrada del blog la escribo, principalmente, como alumna, como agradecimiento a todos los profesores que he tenido a lo largo de mi vida. Por eso, he decidido ponerle este título: "trabajo para la eternidad".

Henry Adams (1838-1918) dijo: "Un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su influencia".

Pero la influencia de un profesor no reside solo en aquellos que consideramos buenos profesores. También los malos nos enseñan algo: lo que queremos y lo que no queremos ser, hacer, permitir... Quizá esto significa que la observación y el aprendizaje docente empiezan incluso mucho antes de que una persona decida ser profesor.

Rompiendo una lanza a favor de aquellos malos profesores, diré que, al final del día, nunca sabemos del todo quiénes son fuera del aula. A veces, ni siquiera sabemos si están casados o si están pasando por un mal momento. Solo juzgamos la hora al día que los vemos. Y no siempre pensamos que puede que no sean malos, sino que no estén pasando por su mejor etapa y que, quizá, no sepan compaginarlo todo. Porque, como se suele decir: "todos somos humanos", y todos tenemos derecho a no saber cómo lidiar con ciertas cosas. 

Aun así, creo que la mayoría hemos notado la diferencia entre quienes están atravesando una mala racha y quienes, sencillamente, no disfrutan de su trabajo.

Porque el trabajo de docente, en cualquier ámbito, es un trabajo muy exigente. Hace falta vocación para poder sostenerlo. No solo porque la gente puede ser complicada, sino porque muchas veces un profesor también es paño de lágrimas, consejero o incluso una figura amiga. Nunca se sabe qué historia lleva cada alumno a cuestas, y se necesita mucha entereza para acompañarlos. 

Fuente: imagen extraída de Pinterest.

Precisamente por eso he querido empezar esta entrada como una pequeña oda a todos aquellos profesores— los míos, los tuyos, los de mis amigos, familia, y todas aquellas personas que nunca llegaré a conocer—, porque muchas veces no son, o no somos, conscientes de hasta qué punto pueden cambiarle la vida a alguien.

Así que gracias. A vosotros, porque si estáis leyendo esto, estoy segura de que sois así. Y a los míos, por haberlo sido.

Ahora bien, ser un buen profesor no es solo tener empatía. También es saber enseñar. Aquí entran en juego otros perfiles: esas personas que les encanta lo que enseñan, que tienen un conocimiento profundo y pasión por lo que hacen, pero a las que quizá no les acompañan las habilidades comunicativas. O, al contrario: quienes, aunque estén cansados de enseñar lo mismo, tienen una creatividad tal que consiguen despertar el interés de sus alumnos día tras día.

Por eso, creo que un buen profesor debería ser capaz de aunar ambas cosas: pasión y conocimiento, con una forma de enseñanza amena y creativa. Saber cuándo una clase puede resultar más pesada y cómo compensarlo con otra.

Porque enseñar no es solo transmitir contenido: es también despertar la curiosidad, mantener viva la atención y, sobre todo, acompañar el aprendizaje

Todo esto me lleva a pensar en lo importante que es pararse a reflexionar sobre nuestra propia práctica docente. Y justamente de eso se trata esta entrada: de entender la enseñanza como un proceso en constante revisión. Reflexionar como docente no es solo una opción, es una necesidad si queremos mejorar, adaptarnos y responder de manera adecuada a las realidades de nuestros alumnos.

Pero esta reflexión no tiene por qué ser —ni debería ser un proceso solitario. Por eso creo que la idea de hacer blogs nos puede ayudar, sobre todo a la gente que es más tímida o a quienes no se les da tan bien socializar. Escribir nuestras ideas, contrastarlas con las de los demás, leer experiencias, puntos de vista y enfoques distintos es una forma de empezar a construir una reflexión colectiva que nos enriquece como futuros docentes, o que os ayudará a los que ya lo seáis.

En definitiva, un profesor, por más que nos duela, nunca va a tener todas las respuestas. Pero ser un buen profesor significa hacerse buenas preguntas y atreverse a buscarlas, una y otra vez, incluso cuando no hay certezas.


Bibliografía:

Adams, H. (1918). The education of Henry Adams. Houghton Mifflin.
Dewe, J. (1933). How we think: A restatement of the relation of reflective thinking to the educative process. D.C Heath and Company.
Schön, D.A. (1983). The reflective practitioner: How professionals think in action. Basic Books.
Pozo, J.I., & Monereo, C (EDs.). (2009). La competencia de aprender a aprender: De la teoría a la práctica. Alianza Editorial.
Zabalza, M.A (2004). Diario del profesor: Un recurso para la reflexión sobre la práctica docente. Graó.

Cuando el espacio sueña (#2)

  ¿Pueden los androides soñar con ovejas mecánicas? Philip K. Dick (1968): " Era obvio que la empatía sólo se encontraba en la comunida...